En aquella ocasión en que pasé por ti y estabas esperándome junto a la Parroquia. Cuando, te vi en aquella actitud de tristeza o de enojo para con una persona que habías encontrado.
En aquel momento en que te abracé por vez primera, quise ser yo esa égida impenetrable que te permitiera sonreír siempre y que no sintieras el dolor de un amor mal agradecido.
De eso muchos eones han pasado.
¿Qué fue de ti? ¿Qué fue del sentimiento?
No lo sé. No sé aún hoy por qué es que te fuiste alejando de mi vida. Hoy, a más de un año de tenerte como pareja, todavía me pregunto qué ocurrió que motivó que se apagara ese interés por mí.
Hoy, en la lejanía que los días me brindan, no puedo olvidar esa mirada tan tierna, tan llena de nostalgia. No puedo olvidar esa, tu sonrisa, tan parecida al canto de los ángeles (si es que éstos existieran seguramente reirían como tú lo hacías). Esa manera de comunicarte conmigo, siempre con un nivel de ternura que sobrepasaba los límites de lo normal, para tornarse en un piélago de cariño. Sí, no puedo negar que con esa manera tan fresca de ser, me ganaste el corazón, me hiciste brillar nuevamente en medio de esta sempiterna lobreguez.
A tantos meses de esos hechos. ¿Qué puedo decir? Sólo que me hubiera gustado que esto hubiera durado más. Sobre todo ahora, que me doy cuenta que nadie más podrá volver a entrar en mi corazón. Ahora que me doy cuenta que después de ti el vacío inmenso de la soledad se apodera de un ser que, sin embargo, no por esto se entristece puesto que este es el sendero que me he planteado recorrer. Mas fue una experiencia agradable haberte conocido, aunque nunca haya logrado conocerte tan a fondo como hubiera querido.
Hoy, el reflejo de tu mirada, crea una burbuja de calma en este océano atormentado por las inmensas olas del recuerdo, de la vacuidad de mi existencia. Hoy, el eco de tu prístina risa cae como lluvia matinal en el jardín sediento de tu ser.