martes, junio 27, 2006

Love is a Catastrophe

Hasta hace algunos años pensaba y creía que el "enamorarse" era una percepción sentimental que quedaba por completo fuera del control por la parte racional de nuestro cerebro.
Hoy, y debido a ciertos circunstanciales, puedo decir, sin temor a errar que Enamorarse es una decisión propia, hecha de manera casi siempre conciente, a la que no le damos el peso adecuado en su momento para razonar que el hecho de enamorarse no estriba ni en cupido, ni en el "amor a primera vista". Este sentimiento lo llevamos a cabo por elección y por decisiones plenamente concientes, aunque casi siempre nos negamos a percibir este hecho como tal.
¿A qué viene esto?
Pues simple y llanamente a que en muchas ocasiones sufrimos por culpa de "un amor no correspondido". En mi caso, he cometido garrafales pifias debido a que creí, en su momento, que el amor había surgido como una mera consecuencia de sentimientos compartidos. Y culpé a terceros por no enamorarse de mí, cuando la decisión de ese enamoramiento cayó siempre en mí, no en esas terceras personas.
Cuántas ocasiones no ocurre que culpamos al ser amado porque no nos corresponde en ese sentimiento con la intensidad con que lo hacemos. Cuántas ocasiones no nos embriagamos, lloramos y berreamos porque ese ser no es capaz de amarnos.
Y nunca, por lo menos en mi caso en ese pasado, me senté a analizar que si bien yo había decidido enamorarse de esa persona, él no lo había querido así, ¿por qué culparlo de algo que él no había elegido entonces?
Claro, para llegar a esta pequeña conclusión me ha sido necesario dejar en el camino una buena parte de mi propio ser. Pero ha valido la pena, porque así como en el pasado decidiera enamorarme de ciertas personas, hoy tengo la capacidad de poder decirle "no" a ese sentimiento tan poco comprendido en el ambiente gay.
Motivo de una próxima reflexión será mis comentarios con respecto a lo que he conocido, visto y convivido dentro de este ambiente.

viernes, junio 23, 2006

La marcha continua del tiempo, con sus imperfecciones y ventajas.

Hace algunos años, mi vida entera giraba en torno de un estulto. Hoy, aunque he dejado ese lóbrego momento en el pasado, no puedo negar que algunas ocasiones el peso inexorable de la soledad me hace volver la vista atrás.

A ese pasado de noches llenas de pasión, de sábados o domingos de salir a la ciudad de Puebla, ir a Angelópolis, llegar a desayunar o almozar al Sanborn’s, luego ir de compras (aunque claro, yo no compraba nada para mí, sino para ese ser que hoy es sólo un fantasma en mi existencia).

Después, ir al cine a ver una buena película (aunque claro, no siempre resultaba tan buena como hubiera querido). Regreso a mi departamento y nuevamente hacerle el amor a ese personaje.

Eran días que mantenía ocupados, sí, es cierto.

Pero es justo mencionar que no todo era felicidad. Siempre, en aquellos días había discusiones, había enojos.

Que si porque no lo compraba un pantalón de más o algún otro capricho que el niño tenía. (¡Ouch! Me escuché muy “Amanda Miguel” )

Que si porque le pedía a cambio de ese “regalo” una noche de sexo que lo hacían sentir, según él, un prostituto. Bueno, pienso yo, finalmente eso era, ¿entonces por qué darse esos aires de gente decente?

El punto aquí es la soledad.

Ya no existe ese parásito en mi vida.

Pero me siento solo.

Enormemente solo.

Claro, es justo mencionar que paulatinamente he ido recuperando un poco de mí (sólo un poco). Tengo todo el tiempo libre para dedicarlo a mis placeres. Tanto los de la carne, pero principalmente los intelectuales.

Desde el año pasado he leído tal cantidad de libros como hacía muchos años no lo hacía. Y esto, como bien es sabido, es quizás uno de mis más grandes placeres, sólo comparable al de estar escuchando una sonata de Bach, las variaciones de Goldberg, también de Bach; o algún concierto de Beethoven, Dvôrak o Mozart, dirigido por el genial Herbert von Karajan, por Claudio Abbado o, quizás por Leonard Bernstein.

He vuelto a escribir.

Aunque no con la frecuencia con que lo hiciera en el pasado. Y, contrario al pasado, tal pareciera que hoy, que tengo el tiempo para poder escribir, me enfrento al más temido de los traumas de todo aquél que gusta de escribir: el bloqueo del escritor.

Pero, en espera de que regrese mi maldita musa de mierda, me contengo con continuar leyendo, no sé cuántos libros lleve en este año, pero son seguramente más de treinta.

martes, junio 13, 2006

Fascismo en Tlaxcala

El Fascismo, entendido en su concepción original, es decir, como "un sistema de gobierno donde no se permiten las ideas y se exhalta el uso de la fuerza sobre la razón". Ha llegado a este pequeño estado de la República Mexicana.
Bajo el gobierno panista del señor Héctor Israel Ortíz Ortíz, se lleva a cabo, de manera metódica y sin que la población se de cuenta cabal de ello, la supresión de las ideas y de las voces que marquen distancia con su forma de gobierno. Hoy, como nunca, en la Universidad Autónoma de Tlaxcala (coto de poder de la familia Ortíz Ortíz), se supeditan las buenas calificaciones de los alumnos a su entrega total al partido en el poder en este estado. Se aplica la máxima: "si no estás conmigo, estás contra mí". Y de manera arbitraria se reprueba a alumnos que se sabe que tienen otro tipo de preferencias políticas.
Hoy, como nunca, se ejerce una coacción inédita en la prensa de este estado, para que no existan comentarios críticos al gobierno panista de este señor.
Las universidades públicas que se tienen en el estado, son presa del control total de los Ortíz; y ay de aquél que pretenda criticar su forma de gobierno.
Es una situación que causa temor, puesto que esta está siendo ya la manera de gobernar del Partido Acción Nacional. Ya no se trata de un partido de derecha con ideología propia y que pueda poner en la mesa del electorado como oferta política. No, se está convirtiendo, poco a poco en una forma de gobernar fascista. Me da terror que pueda llegar el señor Calderón la presidencia de la República. Porque estoy cierto que El Yunque, con todo su poder, haría a un lado a este señor, para ser quien gobierne tras bambalinas.
Esperemos que esto que hoy ocurre en Tlaxcala pueda ser observado con ojo crítico y objetivo y se pueda alertar sobre el terrible riesgo que corre la democracia si es que continúa gobernando gente como los Ortíz Ortíz.

sábado, junio 10, 2006

Tlaxcala

Es una ciudad que se encuentra enclavada en el centro de la República Mexicana. La capital del estado del mismo nombre.
En esta pequeña ciudad, cuyos habitantes no pasarán quizás de cien mil, fue que nací hace ya algunas décadas.
Aunque no tiene ningún atractivo que merezca llamar la atención del mundo cosmopolita, tiene sus melancólicos paisajes, sus infértiles llanuras, su siempre majestuosa Malintzin, que, impasible, ve transcurrir los eones y la vida de quienes hemos tenido la dicha o la desgracia de compartir estos tiempos con ella, nuestra querida montaña.
La gente aquí es, digámoslo fríamente, ignorante.
No se distingue este rincón del país por una buena educación de sus habitantes. La mayoría de ellos se conforma con vivir una existencia mediocre, sumidos en sus preocupaciones diarias, aderezadas con tardes de televisión (casi siempre la programación de Televisa, o quizás de Telehit o MTV si es la juventud más "civilizada"). Y noches del noticiero con Joaquín López Dóriga; tragándose, sin digerir ni expresar comentario crítico alguno a la sarta de mentiras y manipulación informativa de este digno sucesor de Zabludovsky.
Los tlaxcaltecas no leen, no escuchan buena música, no sienten el menor interés por cultivarse. Ven pasar sus paupérrimas existencias en días de oficina, o dando clases mediocres, o, más común aún, manejando una combi colectiva, escuchando música vulgar y sin sentido a todo volúmen, para "deleite" de quienes tienen que utilizar este terrible medio de transporte colectivo.
Si se hiciera una encuesta (ahora que están tan de moda por el ambiente electoral), me atrevería a garantizar que el 99% de ellos nunca han escuchado hablar de alguien llamado Herbert von Karajan, y casi un 99.9999% que nunca han oído mentar a un tal Carl Sagan.
Los pocos tlaxcaltecas que logran terminar una profesión, se dedican de manera casi exclusiva a ella. Es decir, si son médicos, no tienen ninguna otra habilidad intelectual que la medicina. Si se les pregunta de música o literatura son unos verdaderos ignorantes. Lo mismo sucede con aquellos que han dedicado su vida a la docencia: fuera de aquello que tienen que enseñar a sus alumnos, no tienen la más pequeña noción de lo que existe en su derredor.
Claro, en la medida de lo posible, trato de no generalizar. Sé que, en la lejanía que brinda el anonimato, habrá algunos tlaxcaltecas que no caen dentro de ese cuadro tan deprimente que he pintado. Estoy cierto que hay lumbreras en esta pequeña ciudad y estado. Pero, desafortunadamente, son más la excepción que la regla.
¿Cuál es la causa de tanta ignorancia entre los habitantes de mi estado? No lo sé. Quizás sea sólo un reflejo más de lo que acontece en el resto del país, especialmente del bajío hacia el sur de la República.
¡Qué triste!
A veces resulta tan solitaria la vida para quienes hemos descubierto que hay mil razones para maravillarse por esta existencia. Y no tener con quién compartir todos estos conocimientos, toda esta apreciación por las bellas artes.
Y bien, para terminar, no me considero la excepción de entre todo este bullicio de tlaxcaltecas. A mi manera, también contribuyo a formar parte de los mediocres. No se puede ser menos cuando se nace entre penurias.
Sí, es un país en el que da pena vivir. Porque gracias a esta manera tan especial de ser de los mexicanos, hemos permitido que exista un Carlos Slim al lado de gente que literalmente se muere de hambre.
Ello se refleja desde luego, y con sus debidas proporciones, en nuestro estado. Hay familias acaudaladas y hay también personas que viven en la miseria total, en la ignorancia completa de todo esto que hoy forma parte del siglo XXI.
Por todo ello, a veces suelo exclamar: ¡Pobre Tlaxcala!
¡Pobre México!

Buscando....

Sumido en las lóbregas cavernas de esta soledad que me aprisiona, busco con porfía aquella ráfaga de luz que otrora iluminaba mi universo. La siento que rutila allá, en lontananza, pero sin acercarse a mi entorno.
¿Es que acaso nunca más volveré a sentir el cálido abrazo de un suspiro? ¿Será esta lerdo caminar sólo una sucesión infinita de pasos que conducen a la vacuidad de una existencia estéril? No, no lo siento así. Mi naturaleza se rebela ante tal posibilidad. No en vano he surgido, cual un ave fénix, de mis propias cenizas. Y aunque cierto estoy que no he superado aún todas estas cuitas que me abruman, tengo la certeza que será a través de esa inmensa capacidad de recuperación que poseo que pronto estaré en posibilidades de poder mirar de frente a Fáctum y decirle: "Héme aquí, presto a tus servicios, ¡oh maldito siempre!"
Hoy, en que el paso veloz de las manillas del reloj me acerca de manera inexcrutable a esta nueva etapa, quiero decir que... a pesar de todo, ¡tengo esperanzas!