El continuo devenir de la existencia no significaba a aquel ser sino una frase que sólo tenía el valor de ser real porque podía ser parte tangible de la misma. Más allá, en lontananza, no veía sino un lóbrego paisaje; su jardín era un conjunto de abrojos y hiedras que impedían que las bellas flores pudieran crecer en el mismo.
Desde eones atrás su mísera existencia estaba condenada a vivir de manera indiferente. Las olas de la tristeza se estrellaban día a día y noche a noche en los muros de una voluntad por demás abandonada al azar.
Cuando osaba asomarse a las ventanas de su alma, sólo podía vislumbrar las lóbregas catacumbas desde donde le llegaban olores de miasmas y sentimientos putrefactos.
Estaba encadenado a una existencia vil, en compañía de una lapa, de una quimera que día a día estaba devorando lo poco que de humanidad tenía, que con el correr de los días, cual súcubus, le absorbía las ganas de vivir.
Pero..., ¿era aquella una existencia digna de ser vivida?
¿Por qué es que continuaba en este mundo si en él no encontraba ninguna satisfacción?
¿Por qué acostumbrarse a la vista de la límpida lágrima que se asomaba cada día a las ventanas de su alma?
¿Por que?
¿Para qué?
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