¿Te acuerdas de ese primer día? El paso calmo de mis dedos sobre tu piel, aquello que comenzara con tiernas caricias y que se tornó pronto en una tormenta de placer. ¿Recuerdas la mirada? ¿Llegan hasta tus mientes las palabras que, presa del deseo, murmuraba en tu oído?
Recuerdo la tersura de tu piel adolescente; el brillo de tus ojos, el suave vello de tus piernas, el amor hecho deseo, el momento sublime de entrega mutua, las caricias, los besos, las caricias, los besos otra vez y..., después todo es penumbra, todo es calma, el maravilloso cansancio producto del orgasmo.
Todo sucede de manera tan divina y tan breve que sólo quedan destellos de esa explosión de placer, de ternura, de deseo de volver a comenzar esa danza de nuestras manos, recorriendo con ansia el terreno ahora conocido, explorando nuevas sensaciones, nuevas miradas, nuevas palabras.
¿Lo recuerdas?
¿Lo añoras?
Yo sí, lo añoro no sólo por el maravilloso placer, sino porque la expresión de un sentimiento por este medio es el mirífico don con que la naturaleza nos ha dotado; quiero sentirte junto a mí, enamorado, en esa entrega sin medida que sólo este sentimiento es capaz de proporcionar por tiempo ignoto.